“Cuando llevas una máscara tanto tiempo, te olvidas de quién eras bajo ella” Alan Moore.
¿Alguna vez te has dado cuenta, que, la mayoría de las personas nos mostramos al mundo siendo alguien que no somos? ¿Sabes para qué lo hacemos?
Hay quienes usan máscaras para ser aceptados, mostrar al mundo una vida “perfecta” y esconder lo que realmente son; otros esconden sus sentimientos y emociones que viven a diario y no quieren mostrar. Por ejemplo: una persona que vive una profunda tristeza, puede mostrarse con una sonrisa o muy bromista. Hay varios casos sonados donde las personas mostraban alegría y entusiasmo, o son reconocidos por ser comediantes, pero bajo esa máscara, ocultan una depresión que frecuentemente termina en suicidio.
Muchas veces las máscaras nos ayudan a adaptarnos a nuestro entorno y “sobrevivir” y, como mencioné antes, todos (o la gran mayoría) tenemos máscaras que vamos utilizando según las circunstancias; somos unos en el trabajo, y otros con la familia, nuestras relaciones interpersonales y hasta con nosotros mismos.
Existen máscaras que nos acompañan durante toda la vida, las hemos creado para protección o escudo ante los demás por temor a ser rechazados o simplemente, nos han ayudado en nuestro crecimiento personal al creernos esa máscara.
Máscaras como “la niña buena”, “el fuerte”, “la que sufre”, “rebelde”, “tímido”, entre otras, son utilizadas para llamar la atención de los demás o no ser juzgados por la sociedad.
Lo ideal sería vivirnos sin máscaras y ser nosotros mismos, sin importar el “qué dirán”, y aunque nos hayan servido durante mucho tiempo, llega un momento en que pesan o nos quedan pequeñas.
Al ir a terapia y realizar un trabajo personal, nos re-conocemos y re-aprendemos a ser nosotros mismos, nos sentimos libres. El quitarnos las máscaras de vez en cuando sienta muy bien.