Vivimos en una cultura que nos impulsa a soñar en grande. Nos dicen que vayamos tras nuestros anhelos, que luchemos por nuestras metas, que no dejemos que nadie nos diga que no se puede. Pero, ¿qué pasa cuando esa misma energía con la que soñamos no la usamos para amarnos a nosotras mismas?
Soñar es un acto de esperanza. Nos conecta con lo que deseamos, con lo que imaginamos posible. Sin embargo, muchas veces esos sueños se convierten en exigencias, en metas que parecen estar siempre más allá del horizonte. Corremos hacia ellos con toda nuestra fuerza… y nos olvidamos de nosotras en el camino.
El amor propio como cimiento
Amarse no es solo mirarse al espejo con ternura. Es reconocerse completa: con luz y sombra, con aciertos y heridas. Es dejar de esperar ser perfecta para empezar a merecer. Cuando colocamos el amor propio en el centro, dejamos de perseguir sueños que nacen desde la carencia y empezamos a construir metas desde la abundancia interior.
Amarte con la misma fuerza con la que sueñas significa tratarte con respeto, con compasión y con determinación. Significa no tolerar relaciones que te apagan, hábitos que te drenan, entornos que te minimizan. Significa darte permiso de descansar, de celebrar tus avances, de soltar lo que no te pertenece.
Soñar desde el amor, no desde la falta
Cuando te amas de verdad, tus sueños dejan de ser escapes y se convierten en caminos. Caminos que se transitan con presencia y con sentido. Ya no necesitas demostrar tu valor a través del éxito o la productividad. Ya no persigues metas para llenar un vacío, sino para expandir lo que ya eres.
Una persona que se ama no solo sueña, crea. Crea desde su autenticidad. Desde su poder interior. Desde la certeza de que merece lo que anhela.
Una invitación consciente
Hoy quiero invitarte a que hagas un pacto contigo. Que te ames con esa misma intensidad con la que alguna vez te aferraste a un sueño. Que pongas tu bienestar como prioridad. Que dejes de postergar tu cuidado. Que te mires como mirarías a la persona que más amas en el mundo.
Porque cuando el amor propio se convierte en tu motor, los sueños ya no se ven lejanos. Se vuelven parte de tu presente. Y tú, simplemente, floreces.